jueves, 5 de enero de 2012

La llave de cristal


La llave de cristal que cada día colocaba encima de la mesa, la gran mesa que ocupaba el salón de su casa, era el “clavo ardiendo” al que  se aferraba día tras día para escapar del mundo. Un mundo que él para nada había elegido, pero era en el que se encontraba.

La botella de vino –su llave de cristal- abría un sendero mágico, un camino que poco a poco le transportaba a una dimensión que sólo él conocía. En aquél sitio se sentía bien, tranquilo… libre…
Allí podía vislumbrar el rostro de esa preciosa mujer morena, de labios carnosos que tanto deseaba, y que allí, en ese mundo idílico, ya, no era pecado.

Podía sentir la brisa del mar – su pasión- a bordo de un gran barco velero. Con él navegaba mar adentro, tan lejos, tan lejos, que nadie podía detenerle.

El viento le llevaba a puertos nunca vistos por sus ojos curiosos . Allí podía embaucar a cuantas bellas mujeres se le ponían por delante, porque él tenía esa debilidad , era enamoradizo, muy enamoradizo, por lo que sentía una atracción irrefrenable por casi todo lo que llevara faldas.

La botella era la llave que abría otros mundos. Significaba el paso de lo que era, a lo que quería ser. Era el cuchillo que cortaba uno a uno los hilos de la gran tela de araña que le tenía preso, que no le permitía liberarse.

Él sujetaba la botella con fuerza y dejaba escapar el vino en el vaso poco a poco, sin prisa, pues hasta que llegaba la hora en la que ya no podía sostenerse en pié,  era posible mostrarse ante su mujer y sus hijos como ese hombre tranquilo, de conversación siempre interesante, que escuchaba a todos y que además tenía la habilidad de transmitir a todos, que cada uno de ellos, cada uno de los miembros de su gran familia, era especial.

Daba charlas  sobre dignidad, moralidad, decencia… para todos él era la viva estampa del hombre afable y feliz.

Tan solo una persona que era quién de verdad lo conocía, su compañera, su mujer, ella  sabía de la tortura que ocupaba su mente.  Le quería demasiado por lo que no le impedía nunca que consumiese la botella hasta no quedar ni una gota. Ella sabía que su llave de cristal era el camino que le conducía hacia ese lugar que él necesitaba para ser feliz.

Finalmente Pablo, que así se llamaba el tenedor de la llave,  llegaba a su cuarto tambaleante- aunque él se esforzaba en caminar erguido- y se enroscaba en su cama, su refugio, el hábitat de sus sueños.

 Clara, su mujer, acababa de recoger la cocina. En el gran salón de la casa familiar los hijos continuaban sus ajetreadas vidas. Unos recogían sus libros  para el día siguiente, otros despedían a sus amores, otros simplemente se dejaban adormecer con la televisión.  Hasta que ya entrada la noche, las luces de la casa se apagaban y cada uno se iba a dormir.

También Clara. Ella estaba tan cansada que lo único en que podía pensar era en descansar para  recuperar la  energía  que iba a necesitar el día siguiente.

El trabajo que requería su numerosa familia, le  mantenía ocupada la mente y el cuerpo. Esa era la única fórmula que tenía para no abandonarse en sufrimientos y elucubraciones que seguramente no la llevarían a ningún sitio. No cambiar nada era lo más inteligente por su parte.

Duerme tranquilo Pablo, te quiero, pensaba mientras le arropaba con cariño.

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